Autora: Maritza Barroso. Directora del proyecto de A.SALUDARTE
Hoy iniciamos la celebración de veinte años en A.SALUDARTE una asociación dedicada al acompañamiento de personas con trastorno mental y a sus familias. Veinte años en los que el trabajo comunitario ha demostrado que el cuidado cotidiano, la presencia afectiva y la creatividad pueden abrir caminos de bienestar donde los sistemas tradicionales no logran funcionar.
Tras la pandemia, la salud mental mundial sufrió un impacto profundo: la prevalencia de la ansiedad y la depresión aumentó cerca de un 25 % (OMS), y hoy más de 1.000 millones de personas conviven con algún trastorno mental —un reto inmenso incluso para los sistemas sanitarios más robustos.
Y aunque los sistemas de salud cumplen un papel clave en el diagnóstico y el tratamiento clínico, siguen marcados por limitaciones estructurales: inversiones escasas, (apenas un 2 % del presupuesto se dedica a la atención de la enfermedad mental y está fundamentalmente destinado a los fármacos), poca integración de lo social y comunitario, y servicios fragmentados que no alcanzan a abrazar la complejidad del vivir. (OMS)
Frente a ese panorama, han sido las familias —las que ya no están y las que hoy nos acompañan— quienes han sostenido este modelo de cuidado durante dos décadas. Con su interés sincero por el bienestar de su ser querido vulnerable, han ayudado a construir este espacio, han enfatizado lo que es prioritario para su familiar, han ejercido una auditoría diaria que realmente mejora el diseño de este modelo de cuidado, han reconocido cada avance de su familiar, han ofrecido sus recursos económicos, su presencia, nos dan gratitud sincera y esperanza siempre, por eso han reclamado, apoyado, sugerido y, en todo sentido, han mantenido vivo este espacio de bienestar.
(Demos un fuerte aplauso a las familias presentes en la sala.)
Por eso nuestro trabajo comunitario adquiere un valor estratégico, humano y transformador. En estos veinte años hemos construido un cuidado centrado en las personas: en sus historias, en sus redes familiares, en sus fragilidades y en sus esperanzas. Hemos aprendido a reconocer el poder de “lo pequeño” —la conversación, la escucha, el acompañamiento, el arte— como lugares de dignidad, compasión y encuentro.
Lo que para algunos podría parecer mínimo, para nosotros es universal: nuestra superficie de cuidado es un territorio de vida, de sentido, de reconstrucción, no somos una institución de salud, sino de vida!. Cada acto de cuidado tiene la potencia del amor y es por eso que somos más, es por eso que nuestro trabajo nos permite un mutuo crecimiento, realizando nuestras capacidades y sintiendo el reconocimiento por el alto valor que tiene cada turno que cumplimos. (pido un largo aplauso para Leidy y su equipo de cuidado)
En este camino, las artes se han convertido en un eje de rehabilitación y expresión: pintar, cantar, escribir, actuar, danzar. A través del arte aprendemos a habitar el cuerpo, a darle voz al sufrimiento, a crear comunidad, a enorgullecernos de lo que somos y a sanar. El arte nos ha permitido construir puentes, tanto en nuestra anatomía perceptual y del lenguaje como en nuestras competencias sociales y estrechar la relación con nosotros mismos llenando de confianza y serenidad las reflexiones que nos habitan. ¡Nuestros delirios tienen otros horizontes, otros contenidos! Cada profesor pone el alma en su taller, nos llena de fiesta, los desafíos que nos plantean son verdaderos banquetes de deleite y creatividad que gozamos grandemente. Los proyectos que se articulan permiten a nuestros residentes incorporar la realidad en su lado amable e integrarse hasta donde es posible para encontrar una realidad sin cuestionamientos donde expresarse como veremos en el día de hoy es una fiesta (demos un caluroso aplauso a los profes)
También debemos reconocer que el trastorno mental se acompaña de una respuesta social imperdonable- injusta: el estigma y la discriminación continúan vulnerando a quienes viven estas situaciones. Muchas personas evitan pedir ayuda, se aíslan, sienten vergüenza o enfrentan prejuicios (Naciones Unidas). Por eso, ocupar un espacio público —mostrarnos vulnerables pero reales, sin mediaciones de una “normalidad” impuesta— es un acto generoso, valiente y de contribución colectiva. Es una invitación para que la sociedad aprenda a reconocerse, a validarse desde su verdad interior y a desmontar el autoestigma que limita la realización personal.
Hoy, gracias al Museo de los Trajes, a su directora la Dra. María Catalina Plazas, a Ana María y a su equipo sensible y colaborador, podemos compartir con la ciudad un mensaje de salud mental para todos, todas y todes. Agradezcamos a ellas con nuestro sentido aplauso
Reafirmamos que la salud mental no es solo un asunto clínico cuando las familias participan, ni burocrático —cuando la vida ocupa el centro; es un campo donde el cuidado se vuelve más humano, más digno y más posible.
Hoy nos invitan los residentes y comparten su trabajo de horas dedicadas a mejorar sus obras, horas dedicadas para traer todo su calor y verdad a esta celebración. Su creación inunda de amor y orgullo este espacio, para los residentes un fuerte aplauso.
